AL CRISTO DE LA VERACRUZ
Esta saeta que yo canto,
la canto con todo mi amor,
se la canto a mi Cristo,
que manda en mi corazón.
Azotado y abofeteado,
es coronado de espinas,
conducido al Calvario,
y enclavado en la cruz:
Cristo es crucificado.
Agonizando en la cruz
siendo tú el hijo de Dios,
cuando el infame Pilatos,
antes de lavarse las manos,
la sentencia la firmó.
Agonizando en la Cruz,
las heridas te sangraban,
mientras Maria, tu Madre,
con dolor por ti lloraba.
Con espinas ensangrentadas
y herido tu corazón,
que te sangra lentamente,
Padre mío Redentor.
Ya no tenía aliento,
la lengua tiene pegada;
Cristo implora agua,
y los perversos judíos
vinagre aguado le daban.
Con gran odio en la Cruz
vinagre aguado te daban;
siendo tú el Hijo de Dios,
¿por qué no los castigabas?
Expirando en la cruz
en sus últimos momentos,
Cristo, agonizando,
pedía clemencia al Cielo
En la Cruz tú expirabas,
y tu corazón latía,
y tú, mirando al Cielo,
clemencia a Dios pedías.
Cuando clemencia pedía,
el Padre le contestaba:
Hijo, éste era tu sino.
Pensado y escrito estaba.
Divino tú, Padre mío,
que sufriste la Pasión;
te enclavaron en la cruz,
siendo tú el hijo de Dios.
Da pena de ver tu rostro,
con tanta sangre y sudor,
cuando la sangre te brota
de tu herido corazón.
Escalofríos de muerte
me entraron cuando te vi,
tu rostro ensangrentado,
los ojos desorbitados,
poco antes de morir;
y ya no tenías vista,
cuando fuiste ajusticiado.
Las golondrinas volaban
alrededor de la cruz,
para quitarle las espinas
a Nuestro Padre Jesús.
Golondrinas, golondrinas,
que cantáis en primavera,
venid a quitarle las espinas
a Cristo, antes de que muera.
El mundo por ti lloraba
cuando te crucificaron,
y de rodillas rezaban
cuando, por tu costado,
la sangre te chorreaba.
La sangre a ti te brotaba
de tu herido corazón,
tu cara ensangrentada,
mi divino redentor;
tu cara ensangrentada,
siendo tú el hijo de Dios.
Tu cara ensangrentada,
y tu corazón partido,
¡qué pena de verte, Padre,
lo que han hecho contigo!
La sangre a ti te brotaba
de tu divino corazón,
y en el monte se escuchaban
gritos de angustia y dolor.
Las campanas están doblando
por la muerte de Jesús,
que, enclavao y ensangrentao,
agoniza en la Cruz.
La tierra tembló tres veces,
el cielo se oscureció,
las flores se marchitaron,
cuando en la cruz moría
el divino Redentor.
Los ángeles, desde el Cielo,
a consolarte venían
cuando expirabas en la cruz,
en tu última agonía.
Tu pura y bendita sangre
que derramas con amor
de tu corazón divino,
que a todos nos perdonó.
Una herida luminosa
de tu corazón brotaba,
tu sangre, pura y bendita,
por nosotros derramada.
Después de crucificado
la sangre te chorreaba,
cuando te bajaron de la cruz
y los clavos te quitaban.
Ya va despacio el Señor,
que va dormido y no muerto,
que nos va hablando de amor,
con el costado abierto.
Esta saeta que yo canto,
la canto con todo mi amor,
se la canto a mi Cristo,
que manda en mi corazón.
Azotado y abofeteado,
es coronado de espinas,
conducido al Calvario,
y enclavado en la cruz:
Cristo es crucificado.
Agonizando en la cruz
siendo tú el hijo de Dios,
cuando el infame Pilatos,
antes de lavarse las manos,
la sentencia la firmó.
Agonizando en la Cruz,
las heridas te sangraban,
mientras Maria, tu Madre,
con dolor por ti lloraba.
Con espinas ensangrentadas
y herido tu corazón,
que te sangra lentamente,
Padre mío Redentor.
Ya no tenía aliento,
la lengua tiene pegada;
Cristo implora agua,
y los perversos judíos
vinagre aguado le daban.
Con gran odio en la Cruz
vinagre aguado te daban;
siendo tú el Hijo de Dios,
¿por qué no los castigabas?
Expirando en la cruz
en sus últimos momentos,
Cristo, agonizando,
pedía clemencia al Cielo
En la Cruz tú expirabas,
y tu corazón latía,
y tú, mirando al Cielo,
clemencia a Dios pedías.
Cuando clemencia pedía,
el Padre le contestaba:
Hijo, éste era tu sino.
Pensado y escrito estaba.
Divino tú, Padre mío,
que sufriste la Pasión;
te enclavaron en la cruz,
siendo tú el hijo de Dios.
Da pena de ver tu rostro,
con tanta sangre y sudor,
cuando la sangre te brota
de tu herido corazón.
Escalofríos de muerte
me entraron cuando te vi,
tu rostro ensangrentado,
los ojos desorbitados,
poco antes de morir;
y ya no tenías vista,
cuando fuiste ajusticiado.
Las golondrinas volaban
alrededor de la cruz,
para quitarle las espinas
a Nuestro Padre Jesús.
Golondrinas, golondrinas,
que cantáis en primavera,
venid a quitarle las espinas
a Cristo, antes de que muera.
El mundo por ti lloraba
cuando te crucificaron,
y de rodillas rezaban
cuando, por tu costado,
la sangre te chorreaba.
La sangre a ti te brotaba
de tu herido corazón,
tu cara ensangrentada,
mi divino redentor;
tu cara ensangrentada,
siendo tú el hijo de Dios.
Tu cara ensangrentada,
y tu corazón partido,
¡qué pena de verte, Padre,
lo que han hecho contigo!
La sangre a ti te brotaba
de tu divino corazón,
y en el monte se escuchaban
gritos de angustia y dolor.
Las campanas están doblando
por la muerte de Jesús,
que, enclavao y ensangrentao,
agoniza en la Cruz.
La tierra tembló tres veces,
el cielo se oscureció,
las flores se marchitaron,
cuando en la cruz moría
el divino Redentor.
Los ángeles, desde el Cielo,
a consolarte venían
cuando expirabas en la cruz,
en tu última agonía.
Tu pura y bendita sangre
que derramas con amor
de tu corazón divino,
que a todos nos perdonó.
Una herida luminosa
de tu corazón brotaba,
tu sangre, pura y bendita,
por nosotros derramada.
Después de crucificado
la sangre te chorreaba,
cuando te bajaron de la cruz
y los clavos te quitaban.
Ya va despacio el Señor,
que va dormido y no muerto,
que nos va hablando de amor,
con el costado abierto.