En primer lugar, aquí Vlad es descrito como una persona justa y honrada, aunque con un pasado truculento por influencia de los “turcos”. En realidad, Vlad fue toda su vida un sádico, no sólo por su costumbre de empalar enemigos a puñados –miles, según la tradición- sino también por su afición a arrasar aldeas y ejércitos enemigos, y por una justicia interna tan salvaje que no podía calificarse como “justa”. Las masacres y los castigos desproporcionados para él –en su propio pueblo- fueron algo muy común, y sus alianzas variaban tanto como lo hacía la conveniencia geopolítica. Compartía algunos métodos con el Imperio Otomano –sobre todo el salvajismo guerrero-, y su alianza con él fue firme mientras no comprometió su trono.