Su popularidad fue en aumento entre todas las clases sociales. Para los pobres era también tan importante que en tiempos de hambruna preferían morir antes que comer un gato. Muchos padres egipcios daban a sus hijos nombre de felino, especialmente a las niñas, de ahí que muchas se llamaran Mit o Miut. Eran tan queridos que la gente los cuidaba como si de sus propios niños se trataba, y cuando uno moría todos en la casa guardaban luto riguroso durante 70 días y se afeitaban las cejas en señal de duelo. Como animales reverenciados, eran momificados después de muertos, igual que un ser humano. Las familias más acaudaladas colocaban sobre la cabeza de la momia una máscara de bronce que representaba al animal fallecido y lo introducían en un sarcófago. Luego lo conducían al cementerio entre un cortejo de parientes y amigos que lloraban desconsoladamente y se rasgaban las vestiduras. A veces incluso contrataban plañideras que echaban tierra sobre sus cabellos y arremangaban sus túnicas dejando el pecho al aire para demostrar su dolor. Los más poderosos se hacían representar en su propia sepultura acompañados de su gato favorito.