Sin embargo, los gatos que vivían en los templos no gozaban de la misma suerte. Cada templo poseía los suyos, todos bajo el cuidado del Guardián de los Gatos, un puesto muy importante y que se transmitía de padres a hijos. Los animales vivían en jaulas de madera hasta que les llegaba el momento de ser sacrificados. Un examen de 55 gatos momificados demostró que varios de ellos tenían el cuello roto, lo que parece indicar que, pese a estar tan protegidos por la ley, los sacerdotes del templo podrían matarlos y utilizarlos luego como ofrendas a Bast.