Para evitar los piojos solían afeitarse la cabeza. Utilizaban pelucas, a veces elaboradas con cabello humano, pero normalmente tenían que conformarse con mezclar pelo de caballo, hojas de palmera, paja, lana de oveja o fibras vegetales. Llevaban extensiones y trenzas, y cuanto más elaborada y de mejor calidad fuera la peluca, mayor status social denotaba. La de una mujer se suponía que realzaba su sensualidad, y solía ser mucho más compleja y larga que la de los hombres. Durante el Imperio Antiguo se dividían en tres secciones: una que colgaba por la espalda y otras dos que descendían por ambos lados de la cabeza cayendo sobre los senos, pero en el Imperio Nuevo fueron más cortas y con bucles. Era común que las pelucas aparecieran teñidas y aromatizadas. Los colores podían ser rubio, verde o dorado, pero los preferidos eran el negro y el añil.