Más dramático aún fue el caso de otro caballero que más o menos por entonces sorprendió a su mujer en flagrante adulterio, los entregó a ambos a la justicia y el juez se los devolvió para que se tomara el castigo por su mano. Los asistentes solicitaron clemencia, pero el marido no estaba por hacer concesiones: los degolló a los dos. Después empapó su sombrero en la sangre derramada y lo lanzó a la muchedumbre mientras les gritaba:
— ¡Cuernos fuera!
— ¡Cuernos fuera!