Pedro Salinas hace tiempo dijo: "No hay duda de que en la palabra cordial e inteligente tiene la violencia su peor enemigo. Cabe la esperanza de que cuando los hombres hablen mejor, mejor se sentirán en compañía, se entenderán más delicadamente"
Hacía tiempo que no escribía ningún fragmento de ninguna de las obras de los Maestros Rusos que hace tiempo comencé a leer. Hoy escribo lo siguiente y espero que os guste. Pertenece a EL PUENTE DEL DIABLO de M. A. Aldanov...
Una franja oblicua penetró en la habitación. Se había abierto la puerta del dormitorio de la emperatriz (se refiere a Catalina) y en el umbral apareció el médico de cabecera, Rogerson. De pronto se hizo un silencio de muerte. Rápidamente todos se levantaron de sus sillones y de sus sillas, y también Alexandr Andreievich Besborodko abandonó la ventana y corrió hacia el médico. Rogerson paseó la mirada de disgusto por toda la habitación y dijo con voz apagad, muy lentamente y en francés, idioma que casi desconocía:
-Caballeros, les ruego hablen más bajo...
Un ola muy débil, apenas perceptible, de desengaño flotó por la estancia. Los que se habían levantado volvieron a sentarse. Pero Alexandr Andrevievich permaneció frente a la puerta abierta, como clavado en el suelo y, por encima de los hombros de Rogerson, miraba horrorizado la mancha blanca que yacía sobre damasco rojo del dormitorio...
Una franja oblicua penetró en la habitación. Se había abierto la puerta del dormitorio de la emperatriz (se refiere a Catalina) y en el umbral apareció el médico de cabecera, Rogerson. De pronto se hizo un silencio de muerte. Rápidamente todos se levantaron de sus sillones y de sus sillas, y también Alexandr Andreievich Besborodko abandonó la ventana y corrió hacia el médico. Rogerson paseó la mirada de disgusto por toda la habitación y dijo con voz apagad, muy lentamente y en francés, idioma que casi desconocía:
-Caballeros, les ruego hablen más bajo...
Un ola muy débil, apenas perceptible, de desengaño flotó por la estancia. Los que se habían levantado volvieron a sentarse. Pero Alexandr Andrevievich permaneció frente a la puerta abierta, como clavado en el suelo y, por encima de los hombros de Rogerson, miraba horrorizado la mancha blanca que yacía sobre damasco rojo del dormitorio...