Cualquiera de ambos cónyuges podía solicitar el divorcio. Las razones más comunes por las que un hombre lo solicitaba eran la imposibilidad de tener hijos, o especialmente un varón; el deseo de casarse con otra mujer o, simplemente, que ya no le agradaba la esposa. Una mujer podía divorciarse alegando crueldad mental o física por parte del esposo, o bien adulterio. Para considerarse divorciados bastaba con vivir separados. Entonces podían volver a casarse tan pronto como lo desearan.