¡Vaya que lo pasábamos bien aquellos años; sobre todo los días de Fiesta! Aquel año habíamos viajado Clarisa y yo desde Barcelona en un tren de los que vulgarmente se les llama "borregueros". Recuerdo que los asientos eran de madera y debían ser muy incómodos, pero como estábamos pletóricas de alegría, ni nos dimos cuenta de aquellas "menudencias".
Pasados los años estoy segura que, tanto ella como yo, hemos conocido gente que saben hablar mmaravillosamente, por ejemplo en los banquetes a la hora de beber el champán, pero que no sienten las cosas que dicen como nosotras las sentíamos. Hay personas, y en esto Clarisa estará muy de acuerdo conmigo, que sus palabras no tienen otra estabilidad que la del humo de los cigarros que fuman después de las comidas. No. Las personas verdaderamente inteligentes, cuando hablan, tienen que saber llegar al alma, hacer llevaderas las penas, dar consuelo en los momentos más desgraciados, llorar con los que padecen. ¡Esto sí que es, auténtica sabiduría, como aquel que dice!
Pasados los años estoy segura que, tanto ella como yo, hemos conocido gente que saben hablar mmaravillosamente, por ejemplo en los banquetes a la hora de beber el champán, pero que no sienten las cosas que dicen como nosotras las sentíamos. Hay personas, y en esto Clarisa estará muy de acuerdo conmigo, que sus palabras no tienen otra estabilidad que la del humo de los cigarros que fuman después de las comidas. No. Las personas verdaderamente inteligentes, cuando hablan, tienen que saber llegar al alma, hacer llevaderas las penas, dar consuelo en los momentos más desgraciados, llorar con los que padecen. ¡Esto sí que es, auténtica sabiduría, como aquel que dice!