Los pobres comían las clases más pequeñas de pescado, mientras que los mújoles de gran tamaño eran uno de los bocados más apreciados y caros. Otros peces que satisfacían el paladar romano eran el lucio, que mantenían en estanques, la platija que solían importar de Ravena, y la morena, recogida principalmente en Sicilia y Tartessos. Gustaban de condimentarlos con salsas y contaban además con pescados en conserva, importados de Cerdeña y España. Entre los mariscos y moluscos, mostraban preferencia por la ostra.