La niña se crió con su madrastra. Recibió una educación estricta y muy tradicional, propia de cualquier patricia romana. Ni siquiera se le permitía hablar con personas que su padre no hubiera aprobado previamente, y su vida social era controlada con absoluto rigor. Pero tuvo los mejores profesores, de modo que, además de aprender a manejar la rueca, la cultura de Julia y su afición por el arte y la literatura fueron considerables.