Augusto lanzó la moda de cuervos y periquitos que podían hablar, y solía pagar unas sumas enormes por esos pájaros. Los romanos pobres intentaban apoderarse de los cuervos y enseñarles unas cuantas palabras, esperando que el emperador los recompensaría generosamente. Y entre los acomodados, hubo un hombre que pagó lo que era el precio de un viñedo con sus esclavos por un ruiseñor blanco que quería regalar a Agripina, la hermana de Calígula.