La infancia no deja de ser un mundo único y distinto, de magnitudes infinitas y fantásticas, donde todo es cielo matutino y bóveda celeste vespertina, encendida.
Es en la infancia donde es más fácil ver praderas verdes y campos dorados, bosques frondosos y ríos cantarines, azules y caudalosos; grandes lechos de nieve nítida, reluciente al sol, o un cenit oculto por una cortina de lluvia. Es en la infancia cuando el rostro de la naturaleza se le graba a uno en la retina y en el recuerdo mejor que las facciones de los seres más próximos, queridos y admirados.