El cardenal falleció al año siguiente dejando a su sobrina una herencia fabulosa y un esposo difícil de soportar. Pronto se hizo evidente que ambos cónyuges eran totalmente incompatibles: Hortensia no tenía intención de renunciar a las diversiones de la corte ni a recibir las atenciones y halagos de sus múltiples admiradores. Armand se mostraba excesivamente celoso, y llegó a sospechar que Hortensia mantenía una relación con su propio hermano, Felipe de Nevers, y tapió el corredor que conectaba los aposentos de ambos. Insistía en que su esposa lo acompañara en todos sus viajes para poder vigilarla, y no dejaba de trasladarse de una a otra de sus residencias, porque en cuanto un lacayo apuesto se dirigía demasiado cortésmente a Hortensia, ya sentía la necesidad de alejarla de allí. Se oponía a que desarrollara cualquier clase de actividad social y despedía a sus servidoras por creer que eran cómplices y encubridoras en oscuras tramas de cuernos. Además se negaba a dirigirle la palabra mientras no retirara los cosméticos de su rostro y le prohibió ofrecer representaciones teatrales dentro del palacio. También le prohibía terminantemente quedarse a solas con cualquier hombre, la obligaba a rezar durante buena parte del día en la capilla, pidiendo perdón por los pecados de la carne, y organizaba extravagantes búsquedas a medianoche, a la caza de posibles amantes secretos.