Pero el duque estaba tan convencido de que el sexo era algo pernicioso que arrancaba los dientes delanteros de sus sirvientas y llegó a proponer arrancar también los de sus tres hijas. De ese modo pretendía sofocar cualquier inclinación a la vanidad y, al mismo tiempo, impedir que resultaran atractivas a los hombres. Afortunadamente para ellas, se le pasó pronto el arrebato.