En 1844, cuando contaba 20 años, pasó a ser mantenida en exclusiva por el anciano conde von Stackelberg, quien había sido embajador ruso. Marie le recordaba al caballero a una hija suya que había muerto muy joven, algo que despertó su instinto protector. El conde pagaba sus facturas, compraba en Inglaterra caballos para ella y alquilaba palcos en los mejores teatros de París. En su lujosa vivienda del Boulevard de la Madeleine, amueblada al estilo Luis XV, Marie recibía a toda la intelectualidad de París. Su día comenzaba a las once de la mañana, cuando despertaba; tomaba una taza de chocolate, leía un poco y luego dedicaba su tiempo a decidir qué ropa se pondría. Después paseaba por el parque con sus perros, o bien en su carruaje. A sus fiestas y tertulias asistieron, entre otros, Alejandro Dumas padre, Balzac y Theophile Gautier. La llamaban “La Divina Marie”, y se había convertido en la cortesana mejor pagada. Franz Liszt menciona en una carta que se sentía “extrañamente atraído por esta deliciosa criatura”.