María y Naumov no fueron los únicos detenidos. Un abogado ruso llamado Prilukoff compartía su suerte, sospechoso de haber ordenado el crimen. No se engañaban. Ella, siempre ávida de dinero, había persuadido al abogado para que planeara el asesinato. El plan consistía en convencer a Pablo de que se hiciera un seguro de vida en una compañía vienesa. La beneficiaria, naturalmente, sería la condesa. No fueron cautos, sin embargo, y la policía descubrió sin esfuerzo que algunas de las acciones habían sido perpetradas de modo muy poco discreto, entre un ir y venir de telegramas.