Borgewsky era un húsar, joven romántico, apuesto, valeroso y espléndido en su uniforme. María coqueteaba con él. Le había pedido que la enseñara a disparar, y él no perdía ocasión de tomarse ciertas libertades, como rodear con el brazo a su alumna al hacerlo. Un día, cuando ella apuntaba con la pistola en dirección al blanco, él tapó con su mano la boca del cañón y le dijo:
—Antes debéis decirme que me amáis.
—Antes debéis decirme que me amáis.