Era una planta bastante interesante, así que la dejaron crecer, a pesar de que acabó por ahogar los retoños del cerezo caído. Crecía muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoño, aparecieron unos frutos grisáceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenían una forma muy curiosa.
-Ese fruto me recuerda algo -dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era-. ¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!
- ¡Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.
- ¿Habéis dicho botas? -preguntó la señora Gómez, asomándose.
- ¡Sí, crecen botas!
-Ese fruto me recuerda algo -dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era-. ¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!
- ¡Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.
- ¿Habéis dicho botas? -preguntó la señora Gómez, asomándose.
- ¡Sí, crecen botas!