A la tarde siguiente su marido salió a pescar y la joven volvió a sentarse en la playa, fijó su mirada en el mar y vio que una gaviota se mecía sobre las olas junto a sus pequeños.
- ¡Oh, gaviota! -susurró la joven-, quisiera tener hijos como tú. La gaviota le respondió: - ¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas!
De repente, oyó un llanto tras sí. Provenía de una gran caracola depositada en la arena. La mujer la recogió, miró en su interior y allí vio a un niño muy pequeño que lloraba desconsoladamente.
Llevó al bebé a su casa y lo cuidó hasta que se convirtió en un muchachito fuerte y sano. Un día, el niño dijo a la joven:
- ¡Oh, gaviota! -susurró la joven-, quisiera tener hijos como tú. La gaviota le respondió: - ¡Mira las caracolas! ¡Mira en el interior de las caracolas!
De repente, oyó un llanto tras sí. Provenía de una gran caracola depositada en la arena. La mujer la recogió, miró en su interior y allí vio a un niño muy pequeño que lloraba desconsoladamente.
Llevó al bebé a su casa y lo cuidó hasta que se convirtió en un muchachito fuerte y sano. Un día, el niño dijo a la joven: