El Viento rugió y rugió y provocó que el autobús se balanceara de una manera peligrosa sobre sus ruedas. — ¡Brrr! ¡Vaya tiempo! —dijo el conductor— Llevaré el autobús a la terminal. ¡Este viento es capaz de hacernos volcar estrepitosamente! El Viento sopló y silbó y aulló y rugió contra el edificio de la terminal hasta erosionar su fachada. —Está bien, sabelotodo, me rindo —dijo al Sol entre despectivo y defraudado— ¡Pero apuesto a que tú no lo haces mejor! Entonces el Sol comenzó a brillar. Una vez que dejó de soplar el Viento, el autobús abandonó la terminal y prosiguió hacia la estación. — ¡Uf! ¡Qué calor hace! —dijeron los pasajeros, apeándose.