Lo ignoro, alteza.
—Veamos. —Y le murmuró un tercer secreto al oído.
— ¡Caramba! —exclamó Dorotea. Cuando el príncipe hubo partido a caballo hacia su castillo, Tania y Celia rogaron a su hermana:
— ¡Dinos lo que te ha contado!
Pero Dorotea sacudió la cabeza y se tapó las orejas con las manos, diciendo:
— ¡No puedo!
¿Recordáis lo olvidadiza que era Dorotea? Pues bien, a medida que transcurrían los siete días, cada vez se sentía más triste.
—Veamos. —Y le murmuró un tercer secreto al oído.
— ¡Caramba! —exclamó Dorotea. Cuando el príncipe hubo partido a caballo hacia su castillo, Tania y Celia rogaron a su hermana:
— ¡Dinos lo que te ha contado!
Pero Dorotea sacudió la cabeza y se tapó las orejas con las manos, diciendo:
— ¡No puedo!
¿Recordáis lo olvidadiza que era Dorotea? Pues bien, a medida que transcurrían los siete días, cada vez se sentía más triste.