El cóndor de fuego
Hace mucho tiempo, un hombrecillo llamado Inocencio, que era tan bueno y candoroso como su nombre, trabajaba en los fértiles valles de Pozo Amarillo, en plenos Andes.
Cerca de Inocencio, vivía otro hombre de nombre Rufián. Rufián, al contrario de Inocencio, era un hombre ambicioso y malvado.
Una tarde que Inocencio volvía de su trabajo, encontró caída junto a una roca a una pobre india vieja que se quejaba de terribles dolores.
— ¡Pobre anciana! —exclamó nuestro hombre, y levantándola del suelo, se la llevó a su choza, donde la atendió lo mejor que pudo.
Hace mucho tiempo, un hombrecillo llamado Inocencio, que era tan bueno y candoroso como su nombre, trabajaba en los fértiles valles de Pozo Amarillo, en plenos Andes.
Cerca de Inocencio, vivía otro hombre de nombre Rufián. Rufián, al contrario de Inocencio, era un hombre ambicioso y malvado.
Una tarde que Inocencio volvía de su trabajo, encontró caída junto a una roca a una pobre india vieja que se quejaba de terribles dolores.
— ¡Pobre anciana! —exclamó nuestro hombre, y levantándola del suelo, se la llevó a su choza, donde la atendió lo mejor que pudo.