Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció: – Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa – Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano: – ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? – Preguntó, saltando, a la chica.