A la vista de tal monstruo, el pescador hubiera querido escapar volando, pero se asustó tanto que no pudo moverse.
El Genio lo observó con mirada fiera y, con voz terrible, exclamó:
—Prepárate a morir, pues con seguridad te mataré.
— ¡Ay! —respondió el pescador—, ¿por qué razón me matarías?
Acabo de ponerte en libertad, ¿tan pronto has olvidado mi bondad?
—Sí, lo recuerdo —dijo el Genio—, pero eso no salvará tu vida. Sólo un favor puedo concederte.
— ¿Y cuál es? —preguntó el pescador.
—Es —contestó el Genio— darte a elegir la manera como te gustaría que te matase.
El Genio lo observó con mirada fiera y, con voz terrible, exclamó:
—Prepárate a morir, pues con seguridad te mataré.
— ¡Ay! —respondió el pescador—, ¿por qué razón me matarías?
Acabo de ponerte en libertad, ¿tan pronto has olvidado mi bondad?
—Sí, lo recuerdo —dijo el Genio—, pero eso no salvará tu vida. Sólo un favor puedo concederte.
— ¿Y cuál es? —preguntó el pescador.
—Es —contestó el Genio— darte a elegir la manera como te gustaría que te matase.