Con un grito terrible, cayó del acantilado al vacío. La madre batió sus alas. A medida que iba cayendo, la joven gaviota oía a su madre volar sobre su cabeza. Le entró tal terror que se le paró el corazón y ya no oía nada. Pero duró sólo un momento. De pronto sintió que sus alas se desplegaban. Podía sentir las puntas cortando el aire. Ya no se caía. Ahora iba planeando hacia abajo y ya no tenía miedo. Sólo se sentía algo mareada.