El duende se rió.
- ¡Ajá! ¿Así que eres un gato embrujado?
- ¡Oh, no! Ya no lo soy. ¡Esta tarde empecé a ser un gato doméstico y lo seré por siempre jamás!
El duende lanzó una sonora carcajada e hizo una pirueta. Tiró una labor que había en una silla y enredó la lana en las patas de la mesa.
- ¡Ten cuidado! -gritó Gobolino.
El duende entró en la despensa y cerró la puerta. El gatito corría intentando arreglar el desorden, pero no podía. El duende saltó fuera de la despensa. Se había comido la nata.
- ¡Ajá! ¿Así que eres un gato embrujado?
- ¡Oh, no! Ya no lo soy. ¡Esta tarde empecé a ser un gato doméstico y lo seré por siempre jamás!
El duende lanzó una sonora carcajada e hizo una pirueta. Tiró una labor que había en una silla y enredó la lana en las patas de la mesa.
- ¡Ten cuidado! -gritó Gobolino.
El duende entró en la despensa y cerró la puerta. El gatito corría intentando arreglar el desorden, pero no podía. El duende saltó fuera de la despensa. Se había comido la nata.