Guillermo no imaginaba por qué Gessler le brindaba la oportunidad de seguir libre. El tiro era ciertamente difícil, pero estaba seguro de conseguir partir la manzana y accedió. Con que se encaminaron a un campo donde crecía un joven roble. El duque, riendo, dijo: —Ahora, amarrad al chico al árbol y colocad sobre su cabeza una manzana. ¡Seguro que nuestro amigo se esmerará en no errar el tiro! Gessler sonrió satisfecho al ver palidecer a Tell. Había descubierto su punto débil: adoraba a su hijo. ¿Qué haría Tell? ¿Suplicaría ser encarcelado antes que poner en peligro la vida de su hijo? Guillermo notó que le temblaban las manos. Y si le temblaban al apuntar la flecha, ¿cómo podía arriesgar la vida de su hijo a cambio de conservar él la libertad?