—Hola, abuelo —dijo, tendiéndole la mano.
— ¿A qué viene todo esto? —inquirió el anciano. Luego estrechó bruscamente la mano de Heidi y la miró por debajo de sus pobladas cejas. La niña, que nunca había visto a nadie parecido al abuelo, se quedó absorta mirando fijamente su arrugado rostro cubierto por una enmarañada barba canosa.
— ¿A qué viene todo esto? —inquirió el anciano. Luego estrechó bruscamente la mano de Heidi y la miró por debajo de sus pobladas cejas. La niña, que nunca había visto a nadie parecido al abuelo, se quedó absorta mirando fijamente su arrugado rostro cubierto por una enmarañada barba canosa.