Adela no se lo hizo repetir. Se despidió apresuradamente de Heidi y se alejó a toda prisa.
Cuando Adela hubo desaparecido de la vista, abuelo Anselmo volvió a sentarse y siguió fumando su pipa.
—Y bien —dijo—. ¿Qué quieres?
—Me gustaría ver la casa por dentro, abuelo.
—Pues andando, y tráete la ropa.
Pero ya no voy a necesitarla, las cabras están todo el día correteando por las montañas y no van vestidas.
—Bueno, no te la pongas si no quieres. Pero traela, de todos modos y la meteremos en un armario.
Cuando Adela hubo desaparecido de la vista, abuelo Anselmo volvió a sentarse y siguió fumando su pipa.
—Y bien —dijo—. ¿Qué quieres?
—Me gustaría ver la casa por dentro, abuelo.
—Pues andando, y tráete la ropa.
Pero ya no voy a necesitarla, las cabras están todo el día correteando por las montañas y no van vestidas.
—Bueno, no te la pongas si no quieres. Pero traela, de todos modos y la meteremos en un armario.