Después de cenar, abuelo Anselmo confeccionó una silla especial para Heidi. Más tarde, cuando empezó a oscurecer y el viento silbaba fuerte por entre los viejos abetos, Heidi oyó un silbido y el murmullo ae unas campanitas. Era Pedro que volvía con las dos cabras de Anselmo.
— ¿Son nuestras esas dos cabras, abuelo?
— ¿Son nuestras esas dos cabras, abuelo?