Pero Heidi insistió tanto que al fin el abuelo, a regañadientes, sacó su gran trineo de madera y cogió una gruesa manta. Envolvió a Heidi en ella y se montó con la niña en brazos en el trineo.
El trineo se deslizaba velozmente por la nieve y Heidi exclamó entusiasmada: — ¡Oh, parece que estemos volando!
El anciano la dejó justamente ante la puerta de la casita de Pedro.
El trineo se deslizaba velozmente por la nieve y Heidi exclamó entusiasmada: — ¡Oh, parece que estemos volando!
El anciano la dejó justamente ante la puerta de la casita de Pedro.