—No, niña. Estoy siempre sumida en la oscuridad. Pero no es tan terrible. Ojalá que Pedro aprendiera de una vez a leer.
Echo de menos el oír las palabras escritas en mis viejos libros.
Heidi estaba muy apenada. Apoyó la cabeza en el regazo de la abuela y rompió a llorar.
Afuera, el viento silbaba y los postigos batían las ventanas. Pedro regresó de la escuela cuando el sol declinaba.
Echo de menos el oír las palabras escritas en mis viejos libros.
Heidi estaba muy apenada. Apoyó la cabeza en el regazo de la abuela y rompió a llorar.
Afuera, el viento silbaba y los postigos batían las ventanas. Pedro regresó de la escuela cuando el sol declinaba.