Botas y sus hermanos
Había una vez, en un tiempo y lugar lejanos, un hombre que contaba con tres vástagos: Pedro, Pablo y Juan. Éste último, el menor de todos, se le conocía como “Botas”. La familia era pobre, y es por ello que el padre había animado a todos sus hijos que se buscasen el pan en otra tierra más próspera y esperanzadora. No muy lejos de su hogar se hallaba el Palacio Real, y quien allí reinaba tenía unos problemas que resolver. En primer lugar, un gigantesco roble había crecido afuera del palacio, cubriendo de oscuridad todas las estancias, pues no había ventana que el roble no tapase. Asimismo, el Rey no disponía de agua, ya que había prometido un tiempo atrás construir un pozo que finalmente no pudo erigir. Cuanto más se talaba el roble, más fuerte crecía. Cuanto más se afanaba en excavar el pozo, antes se encontraba con la roca viva. La recompensa que el Rey había ofrecido, a la princesa y medio reino, era cuanto menos suculenta.
Había una vez, en un tiempo y lugar lejanos, un hombre que contaba con tres vástagos: Pedro, Pablo y Juan. Éste último, el menor de todos, se le conocía como “Botas”. La familia era pobre, y es por ello que el padre había animado a todos sus hijos que se buscasen el pan en otra tierra más próspera y esperanzadora. No muy lejos de su hogar se hallaba el Palacio Real, y quien allí reinaba tenía unos problemas que resolver. En primer lugar, un gigantesco roble había crecido afuera del palacio, cubriendo de oscuridad todas las estancias, pues no había ventana que el roble no tapase. Asimismo, el Rey no disponía de agua, ya que había prometido un tiempo atrás construir un pozo que finalmente no pudo erigir. Cuanto más se talaba el roble, más fuerte crecía. Cuanto más se afanaba en excavar el pozo, antes se encontraba con la roca viva. La recompensa que el Rey había ofrecido, a la princesa y medio reino, era cuanto menos suculenta.