Pero había una pequeña Coneja Blanca que venía más a menudo que los demás. Ella decía que le gustaba sentarse en la casa del Gran Oso Pardo porque siempre estaba tan limpia y ordenada. La pequeña Coneja Blanca tenía su propia casa, pero de alguna manera, nunca conseguía mantenerla ordenada. Decía que era porque sus hijos eran muy traviesos pero, cualquiera que fuera la razón, ¡su casa estaba siempre en un estado pésimo! El Gran Oso Pardo era siempre muy educado con la pequeña Coneja Blanca en cualquier momento que viniese a visitarle. Siempre cogía su sombrero y chal y le daba su mejor silla cerca del fuego, para que pudiese estar muy cómoda mientras le contaba sus problemas. Entonces la pequeña Coneja Blanca le contaría como a Gazapito, el más joven, nunca le importaba ella, y como su hijo mayor, Cola de Algodón, se había escapado de casa el día anterior y todavía no había vuelto, y muchos otros problemas más además. Ella siempre le explicaba como ella intentaba cumplir sus deberes con sus hijos, cuan a menudo había encerrado a Gazapito en el cuarto oscuro, y cuántas veces había azotado a Cola de Algodón.