Entonces el Gran Oso Pardo intentaba enseñarle cómo él pensaba que se debía criar a los niños traviesos. Y puesto que era un oso con tan buen corazón, y no sabía como enfadarse, le dijo que no encerrase al pequeño Gazapito en el cuarto oscuro y que nunca azotase al pobre Cola de Algodón; él estaba seguro de que sólo si ella era muy amable, los niños serían seguramente buenos. Pequeña Coneja Blanca siempre hizo cualquier cosa que él la dijese, pues ella pensaba que el Gran Oso Pardo era muy sabio y lo sabía todo. Cada día los conejitos crecían más traviesos, y aun así ella no perdió fe en lo que el Gran Oso Pardo había dicho. Incluso llamó un día a Cola de Algodón y le dijo que si alguna vez le pasaba algo a ella, él tendría que llevar a todos sus pequeños hermanos y hermanas a la casa del Gran Oso Pardo, porque para ella el oso era tan sabio y tan amable que seguro que cuidaría de ellos y lo haría bien.