Pero, para sorpresa del príncipe, las advertencias del zorro no acabaron allí. Y es que éste le instó a no rescatar a nadie haciendo uso del dinero adquirido. El dilema moral surgió de nuevo en el joven cuando se enteró que sus hermanos habían contraído una deuda tremenda en la posada, e iban a ser ajusticiados en la horca. El joven príncipe pagó la deuda, ganándose, para más inri, los celos de sus hermanos mayores, que acabaron por arrojarlo al foso de los leones. No contentos con ello, le robaron los bienes conseguidos por él: caballo, pájaro y princesa. A esta última la amenazaron, pues no querían que nadie descubriese en su reino que ellos eran unos malhechores y unos hipócritas. Mintieron, por tanto, los príncipes mayores a su padre, comunicándole que el hermano menor se había endeudado y había sido ahorcado. Lo que no sabían estos holgazanes es que, bajo semejantes falacias, el pájaro dejaría de cantar, el caballo no permitiría que nadie lo montara y la princesa no cesaría de llorar.