Totalmente desquiciados, los ladrones se lanzaron a tomarse la justicia por su cuenta, arrastrando al zapatero a una bolsa y arrojando ésta al mar. En medio de su propósito, los rufianes pararon en una iglesia a descansar y a protegerse de calor que arreciaba. Entonces, un criador de cerdos se paseó por allí, con una piara. El zapatero, que deseaba salvarse a toda costa y ello pasaba por salir de la bolsa, también timó al porquero. De manera fantasiosa, le comentó que los demás querían que él contrajese matrimonio con la princesa, y que él no lo iba a hacer ni a la fuerza. El zapatero, aprovechando la situación, preguntó al porquerizo si quería intercambiar papeles, propuesta que éste acogió entusiasmado.