El zapatero partió con los gorrinos. Y los ladrones, pensando que por fin se iban a deshacer del zapatero, lanzaron al mar la bolsa, hundiendo para siempre en sus profundidades al pobre criador de cerdos. Cuando, por casualidad, más adelante los ladronzuelos se cruzaron con el zapatero, quien iba con los cerdos, quedaron asombrados. Con mucha guasa y socarronería, el zapatero se iba a reír una vez más, y ya iban bastantes, de los miserables ladrones: “- ¿A qué vienen esas caras de asombro? ¡Ah, los cerdos! Vaya, ¡pues si vieseis la cantidad que hay bajo del mar! Y cuanto más al fondo, más animales podréis encontrar.”