Al llegar abajo cogió una sillita y la situó delante del barril para no tener que agacharse. Colocó luego el jarro en su sitio, abrió la espita del barril y, para no tener los ojos ociosos mientras salía la cerveza, los dirigió a lo alto y descubrió que justo encima del tonel los albañiles habían dejado una piqueta por descuido. Elisa se echó a llorar, temiendo que algún día a un hijo suyo y de Juan se le pudiera caer la piqueta en la cabeza. Y así, llora que te llora, sin moverse de su asiento, pensaba con todo desconsuelo en aquella desgracia.