Creo que debería volver a buscar mi capullo. Las noches son frías y me ayudará a mantenerme caliente. Pero ¿qué haré yo? –preguntó patoso ¡Yo no tengo capullo! Pues lo siento por ti, pero no puedo ayudarte con eso –contestó la mariposita. Después, riendo, salió volando y Patoso no volvió a verla más. Pero las noches siguieron haciéndose más y más frías, tan frías que Patoso no podía mantenerse caliente. Y aunque buscaba comida durante todo el día, no encontraba néctar, porque las flores se habían muerto y el invierno había llegado. Así que patoso fue a ver a la ardillita roja que vivía en el gran roble. Era ella la que había regalado los taburetes de bellota a las hadas, y siempre había sido muy amable y generosa. Patoso estaba convencido de que le ayudaría, así que llamó a su puerta.