Pero entonces el pájaro divisó una imagen que se encontraba completamente solitaria y volando se posó en ella. Las palomas no lo consideran un lugar seguro para posarse pues la imagen se inclinaba tanto hacia fuera de la perpendicular, que parecía que se iba a caer y proyectaba un exceso de sombra. Al ver que el pajarito se quedaba en la imagen del alma perdida todas las palomas se empezaron a reír y burlar. “Vaya has cogido el mejor sitio” decían con guasa unas, “Ahí te puedes quedar el tiempo que quieras” le increpaban otras. La imagen no cruzaba sus manos en actitud piadosa, como la de los otros dignatarios de la pared, pero sus brazos estaban cruzados como en un desafío y su ángulo hizo un lugar de descanso cómodo para el pajarito. Cada noche se arrastró con confianza apoyando su cuerpo contra el pecho de piedra de la imagen, y los ojos de la figura parecían vigilar su profundo sueño. El pájaro solitario llegó a amar a su solitario protector, y durante el día se sentaba de vez en cuando en alguna cornisa cercana para entonar su mejor cántico y su más dulce melodía como sincero agradecimiento por su refugio nocturno.