La dicha del hombre fue tal que dio saltos de alegría al ver la luz de nuevo. Al tiempo, los seres más diabólicos que habían brotado de la oscuridad se ocultaron. Y tal fue el ansia del hombre por huir del mal, que corrió y corrió para irse de allí, prestando nula atención a la fuente de luz que lo había salvado. La Luna, que tanto se había regocijado de salvar al hombre, había olvidado por completo que ella misma estaba en serios problemas.