El Rey no contaba con aquellos que conocían de primera mano a las pulgas, es decir, los ogros. Uno de ellos, cabía esperar, resolvió el acertijo, y pudo casarse, porque el Rey era un hombre de palabra, con la princesa. Una vez unidos en matrimonio, el ogro llevó a su princesa a su morada, decorada de la forma en que un ogro la puede embellecer, como podéis imaginar. Por ejemplo, colgando en las paredes huesos de hombres que él mismo se había comido. Yendo más allá, el ogro entregó a su esposa cuerpos humanos para alimentarse.