El ogro, de alguna extraña manera, consiguió una escalera, y empezó a trepar y a trepar, y la torre dejó de ser segura… ¡Hasta que el hijo más joven, pleno de gallardía, le disparó! Tan certeros fueron sus perdigones que los ojos del ogro volaron, y después lo hizo su cabeza. Los siete hijos de la anciana portaron a la ahora dichosa princesa frente a su padre. El Rey, eternamente agradecido a los siete hermanos, los recompensó de forma justa y abundante, y aprendió la lección de que no debía decidir en los amoríos de su hija. Y vaya si la aprendió, pues la princesa se casó con un apuesto príncipe, como de verdad merecía. Los males zanjados, todos y cada uno de ellos vivieron felices hasta el fin de sus días.