–Pero antes de que te vayas –continuó él –, quisiera que me dieras tu nombre y dirección. La pondré en mi bolsillo y acaso algún día pueda serte útil, por haber sido tan amable conmigo hoy. Cola de Seda le dijo en tan pocas palabras como pudo su nombre, dónde vivía y a dónde se dirigía, y después, haciendo un gesto de adiós con la mano, recogió sus cosas y echó a correr más deprisa que nunca.