Cola de Seda miró al suelo y vio una diminuta campanilla toda mustia, y con aspecto muy triste. –Aquí los árboles no son muy gruesos –dijo –No consigo lluvia ni rocío, y como hoy las hadas tienen una gran fiesta, se han olvidado de mí. Para entonces, las lágrimas de Cola de Seda ya se habían secado, pues al ver a alguien en apuros le había hecho olvidar sus propios problemas. –No puedo darte mis lágrimas –dijo –porque ya se han secado, pero puedo traerte un poco de agua del arroyo. Y dejando de nuevo en el suelo su pequeño abanico y su pañuelo, marchó rápidamente al arroyo a buscar el agua. No tenía con qué llevarla, así que hizo un cuenco con las manitas, y estaba saltando de una piedra a otra cuando su piececito resbaló y acabó en el agua.