Resoplando, se detuvo en lo alto de la colina para secarse el sudor. Y entonces vio ante él un espectáculo que le dejó boquiabierto. ¡Pobre Pat! De cada uno de los cardos colgaba un par de tirantes rojos, ¡miles y miles de tirantes rojos! Tenía ahora tantas probabilidades de reconocer el cardo del duende como de reconocer una gota de agua en el mar de Irlanda. ¡Menudo fiasco!