Lanzando un enorme grito, Gulliver trató de liberarse. Rugió tan violentamente que muchos de los hombrecillos que se habían encaramado a él cayeron al suelo; los otros salieron huyendo. Pero al ver que Gulliver no podía soltarse, se volvieron y le lanzaron una lluvia de flechas, tan pequeñas y afiladas como agujas.