Acabada la visita, Myrsina entregó el pastel al perro, el cual murió. De nuevo llegaron palabras a sus hermanas mayores de que seguía viva, y nuevamente ellas tercamente volvieron a la casita del bosque. Myrsina, joven precavida a estas alturas, no les abrió la puerta, pese a que ellas prometían darle en regalo un anillo que había pertenecido a su madre, y que por herencia le correspondía a ella ahora.